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11/06/2025 08:28 hs

Los secretos detrás del éxito de E.T.: los tres actores que le dieron vida al muñeco y el boom de los juguetes

Argentina - 11/06/2025 08:28 hs
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El film fue mucho más que una película sobre un extraterrestre. Fue una historia de duelo y afecto, de infancia y desarraigo, que cambió la forma en que el cine hablaba del “otro”.
El 11 de junio de 1982, llegó a las salas de cine de Estados Unidos una historia inesperada: la de un niño solitario que encontró en un extraterrestre abandonado al amigo que no tenía. E.T., el extraterrestre, dirigida por Steven Spielberg, conmovió desde el primer instante al público. Pero hubo mucho más que emoción: esa criatura de piel arrugada marrón, de ojos enormes y movimientos torpes transformó la forma en que Hollywood se refería a la infancia, redefinió el vínculo entre cine y consumo masivo, e instaló frases que hasta hoy sobreviven en la memoria colectiva.

A más de cuatro décadas de su estreno, E.T. sigue siendo recordada por su trama, por los millones espectadores que la vieron. En el primer de semana recaudó 11 millones de dólares. Además, cambió el modo en que una generación imaginó la amistad y el miedo a lo desconocido.

El film también se convirtió en un fenómeno cultural global, en un contexto atravesado por la Guerra Fría y el temor persistente a lo desconocido y al conflicto nuclear. Frente a la narrativa conocida del extraterrestre como amenaza, Spielberg eligió contar una historia emotiva desde la mirada de un niño que no teme al otro, sino que lo protege. Esa decisión alejó a E.T. del estereotipo del invasor: en lugar de responder con miedo o rechazo, Elliott eligió el cuidado, la empatía y el vínculo afectivo. Era un niño que no se sentía comprendido ni acompañado, y que encontró sentido al ayudar a otro ser aún más perdido que él, abandonado por error en un mundo extraño.

Un extraterrestre que entendía la soledad

Para millones de espectadores —las niñas y niños que crecieron en los años 80— E.T. fue mucho más que una película de aventuras o ciencia ficción. La historia de Elliott —un chico con padres divorciados, que pasaba tiempo sin adultos cerca, curioso, tímido y sensible— presentó un modelo familiar poco habitual para el cine infantil de la época, alejado del ideal tradicional que predominaba en las pantallas estadounidenses. La figura del extraterrestre, indefenso y vulnerable, funcionó como espejo emocional: permitió hablar de la angustia, el miedo y la soledad en la infancia, más allá de los vínculos familiares directos. Algo que rara vez se abordaba con tanta sensibilidad en películas destinadas a un público amplio.

Se escribió mucho sobre la carga emocional del guion de E.T., en el que Spielberg —ya consolidado como una figura clave del cine contemporáneo— canalizó su propia infancia atravesada por el divorcio de sus padres. No desde el resentimiento, sino desde la búsqueda de consuelo. Esa herida transformada en relato dio lugar a un vínculo central: la conexión entre Elliott y E.T. estuvo basada en el reconocimiento mutuo de la fragilidad. Desde esa mirada profundamente empática, alejada de los estereotipos del cine de ciencia ficción, el extraterrestre fue un personaje humanizado, que no vino a conquistar ni a explicar el universo, sino a traer un idioma nuevo: el de quienes hablan con el corazón. Cada vez que E.T. se emocionaba, su pecho se iluminaba. Y el de los espectadores, también.

Ese impacto emocional fue acompañado por decisiones cuidadosamente pensadas en el rodaje. La cámara se ubicó, casi siempre, al nivel de los ojos de los niños, lo que permitía que la historia se contara desde su punto de vista emocional. El lenguaje corporal tuvo un papel central —los gestos, las miradas, los silencios— y la banda sonora, compuesta por John Williams, amplificaba cada movimiento como si se tratara de una partitura afectiva. La música no se añadió sobre las escenas: en varias secuencias clave, fue grabada en sincronía con la acción para capturar la energía emocional en tiempo real. “Lo que me hizo llorar no fue el guion, fue la sensación de estar despidiéndome de alguien que me había salvado”, recordó Henry Thomas, el actor que interpretó a Elliott, al evocar la escena final que conmovió a varias generaciones.

Del cine al juguete: infancia, consumo y mercado global

El éxito de E.T. no se limitó a las salas de cine. La emoción de ver a ese pequeño ser asustado y tan querible, generó también una bisagra en la historia del marketing infantil. A partir de su estreno, los estudios entendieron que las películas destinadas al público infantil podían ir más allá de la pantalla, generar líneas de productos exclusivos para llevarlo a casa y así crear una nueva forma de consumo, con carga afectiva y emocional. ¿quién no querría tener a su propio E.T.?

Además de romper las taquillas, E.T impulsó una maquinaria de merchandising que incluyó muñecos, libros, álbumes, pijamas, peluches, mochilas y hasta golosinas que se volvieron íconos, como los Reese’s Pieces (que comía Elliot y que al extraterrestre le encantaban), que fueron reemplazaron a los M&M’s cuando la marca Mars Inc. rechazó la propuesta de aparecer en la película...

Esa estrategia comercial no fue pensada desde el inicio de la película, pero su impacto marcó un antes y un después. Las compañías Universal Studios y Amblin Entertainment abrieron el camino para una nueva forma de pensar las franquicias infantiles: no como un producto aislado, sino como un ecosistema. Aunque el público infantil ya había sido identificado como consumidor en las dos décadas anteriores, se convertía ahora en un segmento clave de las grandes ventas y constituía una importante demanda.

En ese sentido, E.T. anticipó lo que luego perfeccionarían sagas como Harry Potter, Toy Story o Frozen: una emocionalidad que vinculaba de manera definitiva al espectador y al personaje, que había pagado el precio propuesto para hacer realidad su deseo de hacerse dueño de ese amigo de la ficción. El muñeco de E.T., con sus ojos vidriosos y cuerpo blando, no era solo un objeto: era la promesa de una compañía, como la que tuvo Elliot, y dejó de existir la línea que separaba la realidad de la ciencia ficción: E.T., finalmente, estaba en casa.

Ese modelo, que hoy es una norma común y ampliamente aceptada con cada nuevo personaje que nace en el cine, tuvo con E.T. uno de sus primeros experimentos masivos. Y no surgió de una franquicia de acción o de superhéroes, todo lo contrario. Nació de una historia sobre la vulnerabilidad compartida entre un niño y un ser venido del espacio.

“E.T., teléfono, mi casa”

Pocas películas logran instalar frases que sobrevivan décadas. E.T. lo hizo con apenas tres palabras: “E.T., phone home” o, en castellano, “E.T., teléfono, mi casa”. La frase, dicha con dificultad por el extraterrestre mientras señalaba las estrellas, se volvió un emblema del deseo de volver, de pertenecer, de no estar solo. Su repetición en distintas lenguas hizo de esa escena en un símbolo que fue capaz de resumir en una línea una experiencia humana fundamental: la necesidad de conexión con sus raíces.

La película expandió su influencia mucho más allá del diálogo. Tuvo referencias visuales, gestos y símbolos que pasaron a integrar el repertorio cultural de generaciones enteras y aún hoy se mantienen. La bicicleta que vuela frente a la luna se convirtió en una imagen icónica del cine moderno —al punto de ser reutilizada como logotipo por Amblin Entertainment, la productora fundada por Spielberg en 1984—; la silueta de E.T. extendiendo su dedo iluminado dio lugar a imitaciones, homenajes y parodias a lo largo de cuatro décadas.

A diferencia de otros éxitos cinematográficos que quedan circunscritos a un momento histórico, E.T. logró algo más duradero: colonizó expresiones culturales cotidianas. Se citó en publicidades, series animadas, canciones y hasta campañas institucionales. Funcionó como metáfora de lo que está fuera de lugar pero merece cuidado. Y su influencia no fue sólo lingüística o estética: también resignificó la imagen del “extranjero” o “extraño” como alguien digno de empatía y protección, en lugar de amenaza.

Eso no fue un detalle menor: en plena era de Ronald Reagan y bajo la lógica del enemigo exterior, resultó tan potente como subversivo pensar que el de afuera no siempre significaba un peligro. En una época marcada por la desconfianza hacia lo ajeno, E.T. invitó a cuidar lo desconocido. Y en ese gesto también modificó el lenguaje emocional de toda una generación y abrió las puertas a otro extraterrestre, menos vulnerable, pero también muy querido y aún recordado: ALF, serie estrenada en septiembre de 1986.

El muñeco E.T. y su destino

Detrás de esa figura de movimientos limitados y ojos húmedos hubo una obra técnica minuciosa. El muñeco de E.T. fue diseñado por Carlo Rambaldi, artista italiano de efectos especiales, también responsable de Alien. Fue construido con una combinación de látex, cables internos, piezas hidráulicas y mecanismos faciales que permitían mover párpados, cejas, cuello y dedos con precisión. Pero E.T. no fue solo una marioneta: en varias escenas fue interpretado desde adentro por actores reales, según lo que la secuencia requería.

Entre ellos, Matthew DeMeritt, un niño actor de 11 años sin piernas, se introducía en el traje para representar al personaje caminando con su característica postura encorvada. También participaron Tamara De Treaux, actriz de talla baja que medía de 81 centímetros, y Pat Bilon, otro actor enano de 84 centímetros, quienes dieron movimiento a E.T. en las escenas donde caminaba o cuando tenia interacción física. La actuación del personaje fue el resultado de un ensamblaje colectivo entre tecnología, cuerpos diversos y expresión gestual, que logró llenar a ese ser fantástico de una humanidad inolvidable.

Luego de la película, uno de los muñecos originales fue restaurado y exhibido en el Museo de la Academia de Hollywood. En 2022, una de las versiones utilizadas en el rodaje fue subastada por más de 2 millones y medio de dólares, confirmando el lugar que E.T. ocupa en la memoria cultural global.

Cuarenta y tres años después de su estreno, E.T. sigue llamando a casa. Pero ya no es solo su casa. Es la de todos los que alguna vez se sintieron distintos, solitarios o demasiado chicos para entender el mundo. Y que encontraron, en esa criatura de otro planeta, una manera de permanecer.

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