Catalina Raffin, taróloga, coach y maga nos acompaña a desentrañar el mundo del tarot y a conocer la profundidad de su historia, imágenes y el mundo sensible que nos despliega su lectura.
Luz y oscuridad, dos opuestos que danzan en perfecta complementación.
Como eterna y fiel buscadora de la verdad hallé en el Tarot el desvelo de aquellos tópicos culturales y familiares que antaño moldearon y condicionaron mi vida, y que rigen hoy en la mayoría de los seres humanos del mundo contemporáneo. Digo “condicionaron” en el sentido de ser un propósito insensato con apariencia de verdad. Por volcarnos hacia una meta (o selfie) mentirosa e idealizada, que sólo despierta desilusión psicológica al discrepar diametralmente con la realidad que necesariamente debe vivirse, negando así todas las fuerzas del verbo vivir, todas las estaciones del Ser Natural.
Uno de esos irreverentes y repetidos tópicos es la depresora creencia instaurada de alcanzar una “vida feliz”, una de las “máximas occidentales” de las que debemos desvestirnos, y que merece nuestro sensato discernimiento y sana discriminación.
Es que la Vida, y todo lo que ella implica, afortunadamente capitaliza una complejidad comprobable en el claroscuro de la experiencia personal, complejidad comprensible y provechosa para el pensamiento que busca trascender zonas apretadas, repetidas y vulgares. Y también por fortuna, esa misma complejidad por la que todos atravesamos (seamos conscientes o no) es advertida en la arquitectura de Tarot de Marseille, en sus sutiles trazos y honestas alegorías. Es que el arte expresa de formas diversas y hermosas las singulares estaciones del Alma. Y en éste sentido en los arcanos del Tarot hallamos el testimonio y sabiduría perenne de nuestros antepasados. Hallamos, por tanto, un tesoro y un mapa de los complejos matices, o estadíos arquetípicos, que experimentamos al vivir.
Es decir que en el Tarot hallamos la trama completa de la vida, con todas sus luces y todas sus sombras, sin prescindir de nada a causa de un ciego idealismo, o de la inercia de la repetición.
Por ejemplo, encontramos aquellos Arcanos blandos, cuyas representaciones simbólicas son suaves, luminosas y agradables, arquetipos placenteros, pacíficos y solares para la experiencia humana. Como es el Caso de “Le Toille”, Arcano XVII, “Le Soleil”, el Arcano XVIIII, “Templanza” Arcano XIIII del Tarot de Marseille, o “Le Monde” (El mundo, XXI) por sólo mencionar algunos de ellos.
Profundizando, en el caso del Arcano XVII “Le Toille” o “La Estrella”, se aprecia a una mujer desnuda en un ecosistema natural a cielo abierto, en contacto directo con la naturaleza viva, los cuatro elementos, y la energía proveniente del mismo cosmos encendido por la incandescencia de sus Estrellas. Uniendo el cielo y la tierra, lo denso y lo sutil en su representación. Así lo expresa el ave, un pájaro o un mensajero perdido, un conector tácito que a lo lejos se advierte. Ella vierte líquidos y conecta con las aguas puras del río, que parecen fluir en serenidad. Aguas que son símbolo y fuente del misterio y de la creación; y lo hace a través de las ánforas que sostiene delicadamente con sus manos, a través de su femenina actividad. Esto sugiere al espectador un clímax de profunda conexión con el entorno, con el espacio habitado, y consigo misma claro, mientras su humilde desnudez revela la liberación de la máscara, del ego.
El mensaje es claro: Solo podemos ser auténticos cuando no hay ropajes que disfracen nuestra esencia, nuestra natural autenticidad. Y cuando ese milagro sucede, podemos entonces regar la tierra, podemos nutrir a otros y, por tanto, a cualquier ecosistema.
Así mismo, el Tarot de Marseille contempla en sí escenarios y personificaciones más "sombrías", mediante aquellos “Arcanos duros”, encarnando así en su estructura de imágenes la dualidad de toda forma de vida, de toda existencia, tanto su luz como su oscuridad. Esas representaciones son quizás más funestas y controversiales para los ojos que observan desconfiados. Evocan en el espectador sensaciones incómodas, y convocan a un imaginario también incómodo y transformador. Tal es el caso del L'e Arcane Sans Nom o “Arcano sin nombre” (XIII), más conocido como “La Muerte”, único arcano que no posee un rótulo de descripción, único arcano que no tiene título. ¿Será que es el único capaz de disolver todo nombre, toda máscara? ¿Será que es la fiel representación simbólica de las transformaciones profundas por las que atraviesa una persona? Aquí observamos un esqueleto orgánico, vivo, podemos decir que haciendo una labor depurativa de alta intensidad, una limpieza de la maleza inútil, convenientemente desechable.
¿Será que esto es necesario? Digo, necesario para reinventarnos. Disolvernos para que el nuevo germen despierte. Disolvernos para despertar. Nuestras identidades, nuestros apegos, nuestras falsas ilusiones y quimeras, nuestras absurdas preferencias y creencias o la falsa imagen que tenemos de nosotros mismos, pueden limitar el potencial de lo que podemos ser. Y en ese sentido, El Arcano sin nombre es convocado a la gran labor de eliminación de lo inútil, de lo tóxico, de lo que ya no es. ¿Quién o qué es la autoridad de nuestra mente, de nuestro psiquismo? ¿Por qué o por quiénes atamos nuestra vida al costado del camino, haciendo que esa misma vida nunca comience? Es ahí donde la labor de L' Arcane Sans Nom se convierte no sólo en una labor de necesaria transformación, si no en una labor espiritual. Es que el trabajo en la sombra, en lo negado, es espiritual, y necesario para que la luz, la nueva vida emerja.
Si, ir más allá de la promesa de una vida feliz, más allá de la selfie de fin de semana, permite construir una vida interesante, verdadera y auténtica. Una vida vivida con raíces más fuertes y en mayor plenitud: todas sus dimensiones son saboreadas, todos sus matices vividos con aceptación y entrega. La luz y la oscuridad pueden danzar en armonía, complementarse. Y unión de los contrarios, la antonimia alquímica, realizarse.