Se cumplen 27 años del atentado a la Fábrica militar de Río Tercero
- 03/11/2022 10:00 hs
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Un 3 de noviembre de 1995 se producía el día más triste que tuvo la ciudad.
Cada vecina y vecino, cada familia de Río Tercero, tiene una historia para narrar sobre el 3 de noviembre de 1995, cuando atentaron contra la Fábrica Militar y contra una desprotegida comunidad, atacándola con proyectiles de guerra, cuando el país no se encontraba en guerra. Esas historias, individuales y familiares, confluyen en una sola: la de una ciudad en donde sus paisajes urbanos y humanos, ya no fueron los mismos.
Hace 27 años se producía uno de los hechos más atroces de la historia contemporánea. Suena demasiado alocado pensar en una comunidad, además, atacada desde el propio Estado -así lo determinó la Justicia- para ocultar pruebas del contrabando ilegal de armamentos a Croacia y Ecuador. Y que eso haya sucedido paradójicamente en su industria madre, la que había marcado la línea entre un antes y un después en la historia de la ciudad.
En aquella mañana del viernes, calurosa y ventosa, estaban quienes se abrazaban, intentando ampararse en el otro y en la otra; muchas y muchos enjugaban lágrimas; la mayoría se aferraba a una esperanza de que todo se detuviera allí; mientras miles abandonaban la ciudad, temiendo que las plantas químicas estallaran.
A las 9.15, fue la segunda detonación. A las 9.30, la tercera. Las más terribles. No sólo, fueron sus ondas expansivas, que se propagaron por kilómetros a la redonda, las que terminaron por derrumbar a las viviendas que más cerca estaban, en los barrios más castigados, y que apenas se sostenían. Eran los depósitos de expedición y suministros, galpones sin ninguna protección, que almacenaban a miles de proyectiles.
Estaban pegados a uno de los barrios, Las Violetas. Allí, en el tejido perimetral, entre el sector fabril, y el barrio, enormes eucaliptos se elevaban. Los mismos quedaban desnudos e impotentes ante semejante devastación. El sonido del ulular de las sirenas retumbaba en la ciudad; aviones y helicópteros sobrevolaban un cielo teñido de humo y de esquirlas, sí, de millones de pedazos de material candente que volaban sobre Río Tercero.
Los operarios de la industria, como podían, intentaban colocarse a salvo. En las escuelas más cercanas, chicas y chicos, con maestras, profesores y profesoras, comenzaban con la evacuación. Los automóviles llegaban a los establecimientos educativos, y se llenaban de desesperación, mientras salían de la ciudad, hacia un campo cercano, hacia una población vecina. Los rostros, lo señalaban todo: lágrimas, impotencia de no conocer, dolor...