Bar Romualdo, Río Cuarto, martes 21:23 pm

Los bares son especiales porque aquí se liberan los fantasmas y nadie pregunta nada.

Por ejemplo el tipo de al lado juega al truco y grapea con dos amigos que ríen fuerte con esa risa emancipadora de esposas gordas y tardes grises. 

Los otros, en el fondo, sobre la mesa vieja rodeada de sillas de plástico miran hipnotizados la pantalla del televisor gastado que pasa la carrera de Palermo. Se escuchan jergas rancias de tablón o de clasificados del domingo.

Mientras nuestros fantasmas, los de ellos y el mío, se presentan, se conocen e intercambian pareceres de sustos y penas viejas de sus dueños. Apuestan quien asusta más, quién es el más añejo o cuál es el más doloroso.

Mi fantasma es nuevo en el lugar, está, lo veo, algo tímido y le cuesta soltarse. 

Me tomo un Gancia con limón sin hielo, como parece que tiene que ser a juzgar por la naturalidad con la que el vago de atrás de la barra me lo depositó en la mesa. Yo lo preferiría con hielo, pero no quisiera ir en contra de la inercia costumbrista del lugar.

Mi fantasma ya entró en confianza. Desde el fondo del salón, y con los otros fantasmas de los demás me señala liberado, parece que el Gancia lo hubiese tomado él. Les hace ademanes a los otros de su especie. Les debe estar contando mi verdad, porque hasta los más horrorosos de ellos mutaron su cara alegre de fantasma feliz a unas caras horribles de, paradójicamente, fantasmas asustados.

Eso pasa cuando uno sale por ahí con sus fantasmas. 

No distingo las onematopeyas de los otros parroquianos del lugar, parecen: mmnuaaa, buahhh, que vaise, ...ger con una yegua, deal pa ponerla...l lado de la pared,tupido, gorriau, donde vay con esa chanchaaa,..mmm me voy a ir al banco,..mmm cual es el problema...tehas vuelto boludo, culo roto, ta tu hermana, culiau, culo roto..

Decididamente no dicen una sola frase completa o el Gancia me disgrega entre pensamientos revueltos y en tratar de saber qué hacen los fantasmas allá cerca de la mesa de billar. Creo que uno de ellos por fin se ríe.

Los bares tiene eso. Nadie pregunta nada y creo que francamente a nadie le importa. Hay alegrías de cartón y grito fuerte. En cambio a mi me pasa siempre lo mismo: Me pongo triste, velo las armas que aún me quedan y ensayo una arenga ficticia como para convencerme de una victoria que de antemano sé imposible.

Mi fantasma ya se peleó, y lo cagaron a trompadas. Siempre le pasa lo mismo, nadie soporta su esencia despiadada. Es un fantasma puto y viejo que se me prendió como si fuese una sola cosa conmigo. A veces pienso si yo no soy mi propio fantasma.

Voy por el segundo Gancia, me permito la acostumbrada llama de esperanza que me genera pensarte riendo en la cama toda desordenada, esa figura como estampita que guardo en el único hueco a salvo en mi viejo corazón.

Nos vamos. Pago la cuenta, ensayo un : “ta luego” y tiro la cadena oxidada que me une a mi fantasma. Nos volvemos a ir juntos. Él con los ojos morados y yo algo aliviado porque como dije: En los bares nadie pregunta nada.