El último adiós al Papa Francisco
Edición del 24 / 04 / 2025
               
24/04/2025 09:19 hs

La intensa vida del hombre que perdió la vista y el olfato en un intento de suicidio y desde entonces pintó más de 300 cuadros

- 24/04/2025 09:19 hs
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Se llama Arturo Enrique “Tucho” Laszlo, tiene 77 años y padece ceguera desde los 43. El día que intentó quitarse la vida solo logró quitarse los globos oculares y el bulbo olfativo.
Arturo Enrique “Tucho” Laszlo no es ciego de nacimiento. No nació así. Vivió más tiempo con sus ojos capturando luz que con su visión oscura. El domingo 13 de enero de 1991 tenía 43 años.

Hoy tiene 77. Lleva 34 años de ceguera y dice que ahora sí, “ahora quiero vivir”. Pero antes no. Ese domingo se disparó cuatro veces con un revólver. Destruyó sus dos globos oculares y su bulbo olfativo. No ve ni huele desde entonces, pero no murió. Confesó no sentir dolor más que en el corazón. “Y ya no veía. Pero no me daba cuenta -relata-. Lo que sí noté es que estaba todo lleno de sangre. Entonces, bueno, me senté a esperar la muerte”.

No sabe cuánto esperó. Pero empezó a sentir frío aunque fuese enero. No vio, sintió el charco de sangre y algo de culpa le dio dejar el depósito todo sucio: mañana -pensó- tenían que abrir el negocio. “Me levanto a ciegas, voy a la oficina, busco el teléfono para llamar a mi hermano y se me olvida el número. Y lo llamo a mi mejor amigo, que estaba a unas cinco cuadras y él me atiende. Me dice ‘hola, teacher’. Y le digo ‘Juan, escúchame lo que te voy a decir. Me estoy muriendo. Por favor, avísale a mi hermano que venga al negocio’”.

Había cerrado y la llave ocupaba la herradura. Se sentó. Escuchó ruidos de vidrios, una puerta abriéndose y una voz que le dice “hablame, pibe, hablame”. No era su hermano ni su amigo. Era un bombero. “Había gente -narra-. Estaba mi vecino, mi mejor amigo llorando. ‘Esperá que te traemos la camilla’, me dice. Y yo en ese momento estaba bastante gordito y le digo ‘no, se van a morir ustedes llevándome, dejá que yo voy caminando’. Lo tomé del hombro y el tipo no lo podía creer. Me fui caminando con él a la ambulancia y me subí solo”.

El hombre que compartió cenas de Nochebuena y Pésaj con el Papa, y los detalles de las cartas que intercambiaban todas las semanasTucho estaba enojado porque pensaba que no servía ni para morir. Lo trasladaron al hospital de San Isidro. Recuerda los tubos que le colgaban, los cables que lo rodeaban y el sonido de un respirador artificial mientras circula por los pasillos. “‘¿Quién es ese?’, pregunto. ‘Es un chico de 17 años que le dio una embolia cerebral’. Y digo: ‘Dios, él quiere vivir. Por favor, salvalo. Yo quiero morir, dale mi vida, matame’”. Se desmayó y cuando se despertó, envuelto en un silencio atronador, él seguía vivo y el chico había muerto.

Dejó de querer morir por las enseñanzas que le compartió su compañero de habitación, un poeta que padecía un avanzado cáncer de hígado. “Mirá, Arturo, si Dios ha decidido que vivas, vas a vivir a pesar tuyo”, le dijo. “Me di cuenta de que la vida tiene aristas que nosotros no conocemos y que a veces nos molestamos por un callo que nos salió en el pie. Realmente hay tantas cosas importantes en la vida que dejamos de lado, hay tantas personas que merecen vivir y que mueren, desgraciadamente, porque les llegó su hora y te dejan con dolor. ¿Quién soy yo para decir ‘esto no me gusta, me muero’?. Empecé a darme cuenta de que yo había tocado el fondo. Cuando ya tocaste el fondo, la única que te queda es salir a superficie. Y ahí empiezo a recuperarme”.

Arturo Enrique Laszlo es el hijo de un húngaro que huyó de las guerras y de una correntina oriunda de Curuzú Cuatiá que arribó a Buenos Aires en busca de un porvenir. Se crio en Martínez, sobre el norte del conurbano bonaerense. Su papá puso la primera maderera de madera fina de la zona. Estudió en un colegio privado y bilingüe de Olivos. A los quince años, sus padres se separaron y la madre volvió a su provincia natal. “Yo era un nene muy de mamá. La separación me afectó muchísimo y la forma que tuve de salir de ese marasmo fue empezar a ir a los cines. Me metía en un cine, salía e iba a otro”, cuenta. “Mi mamá en ese momento era lo máximo en el mundo para mí -reflexiona-. Yo creo que parte de ser ciego ahora tiene que ver con eso de que me costó perdonarle a mi madre esa traición”.

Empezó a trabajar en el comercio. Los clientes lo preferían porque era suelto y divertido. “Se acostumbraron a mí y me querían. Mi viejo atendía de traje y sombrerito. Y yo no, tenía el pelito largo, era amante furioso de los Beatles”, grafica. Fue abriéndose al mundo de a poco. Pero siempre, desde incluso antes de la ruptura de sus padres, sintió cercana a la muerte. “Yo tenía un sueño recurrente. Creo que lo tuve por primera vez a los nueve o diez años. Yo, un adulto de 30 años, subiendo a un barco y mi destino es Suiza. Cosa que solamente puede pasar en un sueño porque Suiza no tiene costa. Hay una pileta de natación en el barco que cuando yo soñé eso era una cosa rara. En mi imaginación de chico, un barco no puede tener pileta de natación. Sin embargo, yo soñaba eso. En un momento dado el barco empieza a menearse, a hundirse, pido socorro, nadie me escucha, me ahogo y me despierto. Ese sueño lo soñé tantas veces que ya al final, como sé que nadie me iba a escuchar, no podía socorro, sino que esperaba morir. Me fui haciendo de esa idea. Me quedaba la idea de que me iba a morir a los 30 años. Pero después de un momento pensaba ‘si me voy a morir a los 30 años, hasta los 30 no me puedo morir…’”.

Con la seguridad de que tenía garantizada la vida hasta los treinta, empezó a vivir al filo. “Por ejemplo, me voy con el viaje de fin de año con mis compañeros y compañeras a Bariloche. Me subo al cerro López con un trineo y me tiro al precipicio. Por supuesto, rodé, golpeé contra un arbolito, no me pasó nada. El trineo se perdió. Tuve que dejar mi cédula y la garantía porque no lo pude devolver. Volví convencido de que hasta los 30 años no me podía morir. Así que hice algunas locuras más, como cruzar la calle Paraná a las doce de la noche con los ojos cerrados”.

Sentía que gozaba de una suerte de inmunidad y eso le devolvía una extraña percepción de audacia. “Siempre estuve enamorado de la chica imposible. En mi caso llegó al extremo. Nunca me casé, soy virgen a los 77 años porque juré que solamente lo iba a hacer con la chica con la que me casara. Tuve varias novias de las que estuve perdido. Pero creo que, a propósito, me buscaba la imposible para no casarme, porque dos o tres chicas que vinieron, que yo les gusté, no me gustaban ellas”.

Y en el hospital, cuando descubrió que evidentemente no podía morirse y que su intento de suicidio había fracasado, recibió a una señora que lo invitó al Instituto Román Rosell, un centro de rehabilitación en San Isidro. “El hecho de encontrarme con chicos y chicas ciegas de todas las edades, me hizo decir ‘pucha, ellos están ciegos y no se la buscaron, yo sí me la busqué. ¿Si ellos quieren vivir, viven la vida y la luchan, quién soy yo para no hacerlo?’”, dice y agrega que, igual, le costó tres años recuperarse.

“Mi vida antes era una porquería. Ahora es hermosa”, enseña. “Sé que puedo estar triste en algún momento, pero no voy a llegar a caer directamente en la desesperación, porque sé que hay cosas lindas que tengo que ver todavía. Y si estoy tan mal, me las voy a perder y no quiero perdérmelas. Se ha muerto mi mejor amigo. He pasado algunas pálidas, pero siempre vence mi optimismo. Mi optimismo tiene que ver con los seres maravillosos que me acompañan. Tengo los remedios. Primero en apoyarme en mis seres amados: amigos, amigas, novias, música, cine”.

-¿Qué es lo que más extrañas de poder ver?

-Me encantaría ver si realmente mis cuadros son como yo pienso que los hice. Pertenezco al primer grupo de pintores ciegos del mundo. He ganado este siete premios compitiendo con artistas plásticos que veían, sin decir que yo era ciego. Me buscaron para hacer una película de largometraje. Me dedicaron tres mediometrajes, uno de ellos sacó el segundo premio en el Festival de Cine Independiente de Biarritz, que se llama Una vida iluminada y está en YouTube. Hice más de nueve cortometrajes. A mí, que tanto me gusta el cine. Así que tengo el placer de visitar a los chicos y a las chicas en distintas escuelas con el grupo Adela. Les cuento mi historia. Les pido que pinten con los ojos cerrados. Y mientras tanto, sigo mi vida. Sigo coleccionando discos. Sigo con los seres que amo, con los que van quedando y con los nuevos que aparecen. A menos que te cierres, siempre aparece una persona que te va a interesar y se va a interesar por vos. Así que la vida continúa. Perdí mis tres grandes amigos y resulta que ahora tengo otros cuatro nuevos amigos.

-¿Qué es lo que te da el arte hoy?

-El arte me dio, para empezar, la posibilidad de sentirme vivo, porque yo, como todo leonino, soy muy creativo y soy creador de un montón de cosas.

De hecho, presume haber escrito 18 cuentos y es capaz de relatar de memoria y planea, algún día, convertirlo en libro. Y jura haber pintado más de trescientos cuadros, de todas los géneros: abstracto, impresionismo, surrealismo, posmodernismo. El mismo Tucho Laszlo que hoy se autodefine como un “creador de cosas” es el que 34 años atrás había intentado destruirse.

En el Centro de Asistencia al Suicida de Buenos Aires atienden a cualquier persona en crisis en las líneas gratuitas #135 desde el celular en Buenos Aires y GBA o al (54-11) 5275-1135 desde todo el país (o 0800 345 1435).

Línea telefónica nacional y gratuita para la orientación y apoyo en la urgencia de salud mental: 0800 999 0091. Atiende las 24hs los 365 días del año, gratis y para todo el país.

Línea de información y orientación sobre salud mental sólo para CABA: Salud Mental BA: 0800 333 1665 las 24hs.

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