Con inflación no hay paraíso

Pensar en estabilidad y previsibilidad económica con inflación superior al 10% mensual resulta una utopía inalcanzable que no debemos aceptar bajo ningún punto de vista como sociedad. Las economías saneadas no tienen inflación, o al menos tienen bajísima inflación anual. Esa es la normalidad, no la nuestra. Normal es un alfajor a 100 pesos y que al año siguiente valga 100 o 110, no 250 o 300.

No podemos normalizar la inflación. Ni en la vida diaria ni en la legislación. Sin inflación no hubiera ninguna discusión en torno a la Ley de Alquileres. Sin inflación no sería necesario revisiones salariales mensuales, trimestrales o semestrales. Con una paritaria anual sería suficiente, como ocurría hasta hace 7 u 8 años atrás. Sin inflación sería un disfrute recorrer las góndolas de supermercados eligiendo los mejores productos, y no un sufrimiento como lo es ahora. Sin inflación se podría ahorrar, proyectar, soñar, cumplir metas.

Con inflación, y, por ende, con salarios por el piso, no se puede alquilar, no se puede comprar, no se puede ahorrar, no se puede proyectar, no se puede soñar. Para la mayoría, casi nada se puede. O si se puede, es con calculadora en mano y arriesgando -tal vez- por encima de las posibilidades económicas de cualquier familia de clase trabajadora.

Nos espantaba la inflación mensual del 3 ó 4 por ciento; nos enojó la de 6 y 7; nos duele en el alma la última de 12,4, tras las Paso y la devaluación. Nos duele porque los salarios jamás correrán al mismo ritmo que la aceleración de precios, la pérdida del poder adquisitivo es una batalla perdida todos los meses. Los paliativos lanzados por el Gobierno nacional son eso, paliativos. Créditos, devolución del IVA, suba del mínimo no imponible, bonos, sumas fijas. Todo ayuda, claro, pero no serían necesario con una economía estabilizada.

El Gobierno nacional se encontró con pandemia, guerra, sequía e internas permanentes. Las dos primeras las padeció el mundo entero, las últimas dos solo nosotros. La pandemia y la guerra elevaron los precios de los alimentos, la sequía dejó sin dólares al país.

Y la interna erosionó la autoridad del Presidente ausente. Las elecciones son una oportunidad. Incluso para el oficialismo. El ministro candidato Sergio Massa promete “un gran 2024” con la vuelta de niveles razonables de liquidación de granos, sumado a la capacidad exportadora de gas y el litio. Javier Milei quiere atacar la raíz del problema, el déficit fiscal, pero con un nivel de dureza que difícilmente lo puede ejecutar sin consecuencias políticas y sociales. Patricia Bullrich habla de una economía bimonetaria, con pesos y dólares circulando en el país, una suerte de propuesta intermedia a la de sus competidores, que hoy parecen encaminados al balotaje.

 A la mayoría tal vez ya no le interese el método, lo que se implora es por estabilidad económica, sin inflación y mejores ingresos. Es insoportable y angustiante vivir con aumentos permanentes. No se puede sostener más. Son casi 10 años de incrementos por encima del 30%, que luego fueron el 50% y ahora el 100%, y vaya a saber si no será 200% antes de culminar el año. Falta un mes y alguito para las elecciones presidenciales: gane quien gane, su suerte estará ligada a la baja de la inflación. Junto a la seguridad, es casi lo único que realmente la sociedad le demanda a la clase política. Ojalá estén a la altura de las circunstancias.