El representante, que también lleva adelante la carrera musical de Wanda Nara, se refirió a su relación con el cumbiero.
“Elián está bien”. Con esa frase seca y decidida, Maxi El Brother, representante de L-Gante, quiso marcar el punto final. Fue ante Ángel de Brito, en un móvil en vivo de LAM, en el aeropuerto, mientras esperaba a Wanda Nara, a quien fue a buscar tras su regreso desde Brasil.
Cabe recordar que Maxi es manager de ambos, y desde el momento en que la pareja anuncio que se separaba, el profesional continuó siendo parte de los movimientos artísticos de ambos.
El gesto al ver la cámara de América fue casi automático: Maxi frenó y eligió hablar. De Elián, de su salud y de dinero, días después de una pelea con el artista que se viralizó y llegó a todas las pantallas.
“Recién estaba hablando con él, mañana o pasado tenemos otra vez una audiencia con todos los médicos, vamos bien”, explicó el manager, en un tono entre tranquilizador y cansado. Venía a desmentir lo que muchos ya repetían sin pruebas: que L-Gante, referente de la cumbia 420, estaba atravesando un momento crítico tanto física como económicamente.
Pero Maxi no se quedó ahí. Cuando le preguntaron por los supuestos problemas financieros del cantante, su defensa fue tajante: “Elián está bien económicamente como un artista que es. Tiene lo que tiene que tener, lo que un artista gana por sus shows y por sus plataformas digitales”. Lo dijo como quien defiende no solo a su representado, sino a la maquinaria que lo rodea. Aunque también, con algo de resignación, reconoció: “Se dio sus gustos, compró dos limusinas, hizo sus cosas, se fue de viaje...”.
Sin embargo, la otra mitad de la verdad, la más íntima, la reveló L-Gante en el ciclo Mujeres Argentinas. “Fui a hacerme los chequeos generales y nos llevamos una sorpresa que dio lugar a una charla más seria. Me diagnosticaron algo cardíaco, por suerte se puede tratar y hay que seguir con los controles”, confesó al aire.
Ese diagnóstico cambió la narrativa. Ya no se trataba solo de excesos o desbordes, sino de un cuerpo que pedía tregua. “En principio tengo que hacer una dieta, hay cosas que puedo comer y otras que no. También me tengo que seguir haciendo controles, aflojar un poco el ritmo por lo cardíaco más que nada y descansar un poco”, detalló.
La crudeza de sus palabras terminó de conmover: “Soy ultra activo, pero no soy un robot, el cuerpo pasa factura”. Lo dijo como un adulto, como quien ya entendió que la salud no se negocia: “Tengo que entender que si no me cuido yo, no lo va a hacer nadie. Trato de cumplir, de bajar lo que me estrese y bajar el ritmo”.
Y, sin, embargo, esa calma tuvo su quiebre. La madrugada del domingo 13 de abril, L-Gante y Maxi El Brother protagonizaron una pelea a golpes a la salida de un boliche de Liniers, tras un show para la comunidad boliviana. No fue una simple discusión. Fue una escena tensa, desprolija, con testigos que narraron forcejeos, insultos y separación física.
Aunque los motivos exactos nunca se esclarecieron del todo, las versiones coincidieron en tres ejes: problemas económicos, cuestiones contractuales y tensiones personales acumuladas.
Maxi no tardó en referirse al episodio. Bajó el tono, pero no lo esquivó: “Fue una discusión entre nosotros, debe haber temas que Elián no los habla y se recarga con cosas”. Habló también del entorno, de esos que “le comen la oreja”, al alimentar rencores y malentendidos.
“Mientras yo esté claro con él y él esté claro conmigo, las cosas van a ir bien. Nosotros discutimos mil veces, como todo equipo de trabajo, pero en esos casos no hay nadie que arengue, no hay público”, agregó, al reivindicar la intimidad del vínculo profesional.
Y cerró con una frase que lo pinta de cuerpo entero: “Yo trabajo hace mil años, cuido mi lugar de trabajo y somos profesionales de lo que hacemos, por eso de mi lado nadie se metió”.
La imagen de L-Gante en estos días es la de un hombre que intenta sostener el equilibrio entre el vértigo del éxito, la fragilidad de su salud y las complejidades de su círculo más íntimo. No es solo una estrella de la música urbana: es también un joven que, en plena adultez, enfrenta el precio de haberlo tenido todo muy rápido.
Compró limusinas, hizo giras, llenó boliches. Pero también pelea con su representante, se somete a estudios médicos, y admite que tiene que bajar el ritmo. La fama puede hacer ruido. Pero el corazón, cuando habla, no deja dudas. Y esta vez, le dijo basta.