La periodista tenía 87 años y una larga trayectoria en radio y televisión.
El periodismo está de luto. En las últimas horas, falleció la periodista y escritora Magdalena Ruiz Guiñazú. Fue su colega y amigo, Jorge Lanata, quien dio la noticia en su programa de radio Mitre. De larga y reconocida trayectoria en los medios, Magdalena encabezó éxitos en radio y televisión, pero también dejó un legado.
“Hasta hace dos semanas venía al aire. Se sentaba y se encendía frente al micrófono. Siempre con los diarios a cuestas, con la vulnerabilidad de los años, pero con tremenda vocación”, dijo Lanata al describir a su compañera. “Hay varias cosas con las que identificar a Magdalena: primero la valentía, de una persona que fue de la clase alta argentina, que podría haberse quedado callada la boca en su casa, podría haber disfrutado en el Palacio San Martín donde vivía cuando era chica, y no hizo eso, se fue a laburar como cualquiera de nosotros”, dijo el periodista consternado con la noticia.
Con más de cincuenta años de profesión, cinco hijos y ocho nietos, tuvo una vida intensa. Y una premisa para ejercer el periodismo, que la repitió cada vez que pudo: “Decir la verdad por sobre todas las cosas. No mentir nunca”.
Siempre tuvo su futuro claro: desde muy chica quería ser periodista. “Hacer cosas heroicas, como sueñan todos los jóvenes”, contó alguna vez, en una entrevista a corazón abierto con Infobae. Y de alguna manera cumplió ese sueño. Lo logró buscando la verdad y la justicia siempre, durante su extensa y exitosa carrera como periodista. Llevó la bandera de los Derechos Humanos, integró la CONADEP (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas), recibió quince premios Martín Fierro por su labor periodística y el de Oro por su trayectoria.
En junio del año 1979 visitó, junto al Papa Juan Pablo II, Auschwitz, el campo de concentración donde fueron asesinadas más de 4.000.000 de personas. “Era como estar en una película. Fue el viaje más importante de mi vida, cruzamos la muralla de hierro, iba a bordo del avión con el Papa, con Wojtyla, que venía de un campo de prisioneros”, contó años después. Hasta el campo de concentración llegaron en tren y el clima contrastaba “con el horror que íbamos a ver”. No se imaginaba, relató, que la primavera era tan bella y tan llena de flores en Polonia. Después de bajarse del tren, caminaron 5 o 6 kilómetros. “Nos impresionaron los sobrevivientes, que deben haber sido niños en Auschwitz porque llevaban sobre los hombros el saquito a rayas en talle pequeño”, contó, y describió la misa de Juan Pablo II, austera y sobre un altar rústico con una corona de espinas como único adorno. Una experiencia bisagra para su vida.